miércoles, 13 de noviembre de 2013

''La sombrera'' Maria Elena Walsh

Maria Elena Walsh "La sombrera"


Había una vez un árbol tan bueno, pero tan bueno, que además de sombra
daba sombreros.
Este árbol se llamaba Sombrera y crecía en una esquina del bosque de
Gulubú.
Las gentes que vivían cerca acudían al árbol pacíficamente todas las
primaveras, cortaban los sombreros con suavidad y los elegían sin pelearse:
esta gorra para ti, este bonete para mamá, esta galera para el del más allá,
este birrete para mí.
Pero un día llegó al bosque un comerciante muy rico y sinvergüenza llamado
Platini.
Atropelló a todos los vecinos gritando:
¡Basta, todos estos sombreros son para mí, me llevo el árbol a mi
palacio!
Todo el mundo vio con gran tristeza como el horrible señor Platini mandaba
a sus sirvientes a que desenterraran el árbol.
Los sirvientes lo desenterraron y lo acostaron sobre un lujoso automóvil de
oro con perlitas.
El árbol crecía raquítico y de mala gana, cosa que enfurecía al horrible señor
Platini.
Es señor esperaba que floreciera para poner una sombrerería y vender los
sombreros carísimos y con ese dinero comprarse tres vacas y luego
venderlas, y con el dinero comprarse un coche y venderlo, y con el dinero
comprarse medio palacio más y luego venderlo, y con el dinero comprarse un
montón de dinero y guardarlo.
Por fin llegó la primavera, y el árbol floreció de mala gana unos cuantos
sombreritos descoloridos.
El señor quiso mandarlos cortar inmediatamente, pero el Viento, que se
había enterado de toda la historia, se puso furioso.
Y el Viento dijo:
- Yo siempre he sido amigo de los vecinos de Gulubú, no voy a permitir que
les roben sus sombreros así nomás.
Y se puso a soplar como un condenado, arrancando todos los sombreros del
árbol.
El señor Platini y todos sus sirvientes salieron corriendo detrás de sus
sombreros, pero nunca los pudieron alcanzar.
Corrieron y corrieron y corrieron hasta llegar muy lejos, muy lejos del
bosque de Gulubú y perderse en el defiero de Guilibí.
Entonces los vecinos aprovecharon y se metieron el jardín del señor Platini y
volvieron a transplantar a su querido árbol al bosque de Gulubú.
El Viento estaba muerto de risa, y el árbol recobró pronto la salud.
Cuando volvió a florecer, los vecinos volvieron a cosechar sus sombreros sin
pelearse.
Y el señor Platini se quedó solo y aburrido en el desierto, sin sombrerería,
sin tres vacas, sin coche, sin medio palacio y, lo que le daba más pena, sin su
montón de dinero.
Ah, y sin sombrero.
Y de esta manera se acaba el cuento de la Sombrera.

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