Maria Elena Walsh "La sombrera"
Había una vez un árbol tan bueno, pero tan bueno, que además de sombra
daba sombreros.
Este árbol se llamaba Sombrera y crecía en una esquina del bosque de
Gulubú.
Las gentes que vivían cerca acudían al árbol pacíficamente todas las
primaveras, cortaban los sombreros con suavidad y los elegían sin pelearse:
esta gorra para ti, este bonete para mamá, esta galera para el del más allá,
este birrete para mí.
Pero un día llegó al bosque un comerciante muy rico y sinvergüenza llamado
Platini.
Atropelló a todos los vecinos gritando:
¡Basta, todos estos sombreros son para mí, me llevo el árbol a mi
palacio!
Todo el mundo vio con gran tristeza como el horrible señor Platini mandaba
a sus sirvientes a que desenterraran el árbol.
Los sirvientes lo desenterraron y lo acostaron sobre un lujoso automóvil de
oro con perlitas.
El árbol crecía raquítico y de mala gana, cosa que enfurecía al horrible señor
Platini.
Es señor esperaba que floreciera para poner una sombrerería y vender los
sombreros carísimos y con ese dinero comprarse tres vacas y luego
venderlas, y con el dinero comprarse un coche y venderlo, y con el dinero
comprarse medio palacio más y luego venderlo, y con el dinero comprarse un
montón de dinero y guardarlo.
Por fin llegó la primavera, y el árbol floreció de mala gana unos cuantos
sombreritos descoloridos.
El señor quiso mandarlos cortar inmediatamente, pero el Viento, que se
había enterado de toda la historia, se puso furioso.
Y el Viento dijo:
- Yo siempre he sido amigo de los vecinos de Gulubú, no voy a permitir que
les roben sus sombreros así nomás.
Y se puso a soplar como un condenado, arrancando todos los sombreros del
árbol.
El señor Platini y todos sus sirvientes salieron corriendo detrás de sus
sombreros, pero nunca los pudieron alcanzar.
Corrieron y corrieron y corrieron hasta llegar muy lejos, muy lejos del
bosque de Gulubú y perderse en el defiero de Guilibí.
Entonces los vecinos aprovecharon y se metieron el jardín del señor Platini y
volvieron a transplantar a su querido árbol al bosque de Gulubú.
El Viento estaba muerto de risa, y el árbol recobró pronto la salud.
Cuando volvió a florecer, los vecinos volvieron a cosechar sus sombreros sin
pelearse.
Y el señor Platini se quedó solo y aburrido en el desierto, sin sombrerería,
sin tres vacas, sin coche, sin medio palacio y, lo que le daba más pena, sin su
montón de dinero.
Ah, y sin sombrero.
Y de esta manera se acaba el cuento de la Sombrera.
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